Antonio TENORIO ADAME
El arribo de Donald Trump a la Casa Blanca se desenvuelve en una lucha verbo a verbo. Ante el osado pronunciamiento de cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América; la presidenta Claudia Sheinbaum llamó la América Mexicana al país que gobernará el próximo 47º Presidente de los EEUU.
¿Pero a quién corresponde designar los nombres? Acudir al lenguaje literal es escudriñar su aventura.
El voto particular de la Minoría apoya la mayoría.
El quehacer político se encuentra atrapado por las contradicciones. En el marco de cumplirse cien días del gobierno de Sheinbaum se le fustiga por mantener relaciones oficiales con el régimen de Maduro, pero se omite aplicar la misma vara a Trump que vuelve al poder bajo el peso de una sentencia delictiva.
Romper la dicotomía Trump-Maduro lleva a recordar la estrategia de Franz Fanon; “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”; con diferendos entre imperio y territorios dominados, a diferencia de una integración de Estado continental bajo orden de unión voluntaria de estados, como ocurre con la Unión Europea. Se requiere activar la política exterior mexicana con sus históricos principios doctrinarios.
El discurso de Trump, inspirado en tomar la iniciativa siempre del ataque, despierta el espíritu de combate subyacente en la población yankee desde sus orígenes, un sentimiento de guerra como el que surgió previo a la confrontación promovida por el presidente Polk contra México, 1842–1848.
El expansionismo fue entonces de apropiación del territorio del que pagó un alto costo al incluir a la esclavitud que llevaban consigo los estados arrancados a México y propició la más cruel devastación sufrida con la Guerra de Civil.
Quedó demostrado que la buena vecindad brinda beneficios, pero si se afecta su equilibrio, entonces los males aparecen. De tal suerte, los daños se revierten.
El espíritu del Destino Manifiesto se hace presente en: la enmienda Platt en la revolución de independencia de Cuba y la asociación de Puerto Rico, 1895; el canal de Panamá con la separación del territorio de Colombia 1899; la ocupación de Filipinas 1898, intervenciones operadas con el apotegma “gran garrote” de Teodoro Roosevelt, en su versión de “hablar despacio y golpear fuerte”.
Con la presencia Atlántica, EEUU resultó vencedor en las dos guerras mundiales, acentuando su control mundial por medio de instituciones de ordenamiento del mercado internacional a partir de los acuerdos de Bretoon Woods con órganos de carácter monetario y financiero. A la vez, el cerco militar se derivó del acuerdo de Postdam con tratados militares pactados.
El dominio armado se acompañó de la Guerra Fría de horizontes ideológicos hasta la caída del Muro de Berlín, noviembre de 1989, y la disolución de la Unión Soviética.
El mundo unipolar impulsó la nueva guerra mundial iniciada por Nixon y Kissinger, concebida como una lucha informal en Embajadas, en centros de espionaje, consejos económicos y universidades. Uno de sus desafíos fue su alianza con China, tercer país en pugna con Rusia y su magnitud de mercado.
Más tarde con Ronald Reagan, llegaría el neoliberalismo encubierto de “revolución” para acentuar la desigualdad territorial Norte- Sur de grandes sectores, marginados unos y excluidos otros, pero todos contribuyendo a la formación de un gran mercado de mano de obra hasta conformar un mar de migrantes de 272 millones, que avanza a las goteras urbanas de las metrópolis.
El expansionismo USA ha pasado por diferentes etapas; Trump lo encumbra a un séptimo sello, ahora lo plantea desde el centro de la percepción y reclamo de afiliaciones a su área de dominio, aunque el dólar es sustituido con más frecuencia en el intercambio mundial por otras monedas.
A pesar de que los países receptores de migrantes los requieren por encontrarse en crisis deficitaria de población, han sido catalogados indeseables por la derecha mundial, como lo hace Trump con amenazas.
El expansionismo de USA Army no es de ocupación permanente, no requiere presencia física de territorio sino dominio de mercado e instrumentación política, como se ha visto en las guerras recientes, conocidas como guerras híbridas.
A la vez que Trump pugna por extraditar a los migrantes indocumentados, también lanza el desafío de ejercer la violencia extraterritorial en la conversión a Estado de la Unión de Canadá, llamado de recuperación del Canal de Panama, el cambio de nombre al Golfo de México, la adhesión de Groenlandia . En verdad, un mar de confusión, que demanda retornar por el principio del orden: el lenguaje.
En el Genesis bíblico se recoge la afirmación de la Divina creación de la tierra y de todo ser viviente, Dios le otorgó un nombre para diferenciarlas.
La Mayoría para vencer debe convencer.
Además de la Biblia, el “Tratado de la naturaleza de las cosas” de C..S. Lewis, es un relato literario que comienza con una idea similar de que un ser divino da nombre a las cosas.
En este relato, especialmente en su obra de ficción “La travesía del Viajero del Alba”, uno de los personajes se encuentra en un mundo donde los actos de nombrar y definir son centrales en la creación del orden cósmico, aunque no se presenta como un Dios tradicional. En el contexto de la literatura fantástica, a veces se emplean ideas de creación y de nombrar como un reflejo del control o entendimiento sobre el mundo.
Jorge Luis Borges reflexionó sobre el poder de nombrar en su cuento “El idioma analítico de la filosofía” plantea la idea de que el acto de nombrar implica una forma de control y comprensión sobre la realidad, sugiriendo que el lenguaje tiene la capacidad de organizar y estructurar el mundo. En su visión, los nombres no son meros signos arbitrarios, sino que están profundamente ligados a las esencias y realidades que representan.
Por eso escuchamos a Trump vociferar un discurso que distorsiona la historia, a la vez que suplanta la realidad para anidar en las percepciones sociales o sea la realidad configurada.
La distorsión de la historia, según los anhelos anglosajones, data de fechas anteriores; H. Kissinger escribió su primer libro con el título “La historia es la memoria de los estados” donde controla la historia de la Europa del siglo XIX, desde el punto de vista de los líderes de Austria e Inglaterra, ignorando a los millones que sufrieron las políticas de sus estadistas
Para efectos Constitucionales.
Howard Zinn, académico estadounidense vierte la refutación siguiente: “contar la historia de los Estados es diferente: no debemos aceptar la memoria de los estados como cosa propia”.
Añade, las naciones no son comunidades y nunca lo fueron. La historia de cualquier país, si se presenta como si fuera la de una familia, esconde terribles conflictos de intereses (algo explosivo, casi siempre reprimido) entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados por razones de raza y sexo. Y es un mundo de conflictos, en un mundo de víctimas y verdugos, la tarea de la gente pensante debe ser -como lo sugirió Albert Camus- no situarse en el bando de los verdugos.