Antonio Tenorio Adame
El presidente Donald Trump afirmó que México y Canadá dependen para vivir del acceso que tienen al comercio de Estados Unidos, “Estos dos países viven de nosotros. Sin nosotros, no tendrían país”.
Minorias incluidas en el debate.
El peculiar lenguaje del presidente Donald se caracteriza por la habilidad del uso de falacias, un ejercicio oral, a modo, que le permite condicionar su ventaja dentro de la negociación que emprende.
Se entiende por falacia un argumento que parece válido, pero que en realidad es engañoso o erróneo. Se trata de una verdad a medias o condicionada, cuya relatividad en ocasiones es adversa al enunciado.
La afirmación del presidente Trump es denostativa hacia los mexicanos por cuanto induce a pensar que México y Canadá “son parásitos” de los “laboriosos” Estados Unidos. Pero las naciones existen como una manifestación de la modernidad capitalista, es la integración territorial para su dominio administrativo, político jurídico y de seguridad, cómo ocurrió en mayo de 1648, cuando los tratados de Westfalia establecieron las fronteras y el derecho internacional, como acuerdo del reconocimiento de las naciones, ahí constituidas.
Mesoamérica como base territorial continental es objeto de conquista y exploración a partir de 1519, para culminar su ocupación y dominio virreinal con la caída de Tenochtitlán en 1521. Más tarde, 85 años después, los Estados Unidos iniciaron su ocupación poblacional, con la llegada a la Bahía del río Hudson, de los peregrinos del Mayflower.
La colonización hispana en el nuevo continente dio lugar al surgimiento de las culturas híbridas al pasar por la integración poblacional, o racial, a través del mestizaje, como la lograda en la Nueva España. En tanto el proyecto de las 13 colonias del río Hudson la excluyeron al preferir el principio de la supremacía racial sobre los indígenas nativos. Dicha migración fue una transplantación europea.
Los recién llegados eran religiosos, fundamentalistas y sobrevivientes de las guerras religiosas, de exterminio de sus lugares de origen, quienes alentados por el principio de ser partes del éxodo del pueblo elegido, reafirmaban un privilegio divino. La luz divina que recibían se suscribía en la reforma religiosa, emprendida por Lutero en el repudio al Vaticano, para establecer una nueva relación con el ser supremo por medio de la Biblia, una manifestación cultural avanzada de la imprenta, que los puso en ventaja en el advenimiento del mundo capitalista.
Los hijos preferidos de la divinidad transformaron sus ideas religiosas en doctrinas geopolíticas, como lo describe el ilustre investigador universitario, Juan A. Ortega y por cuanto al tema de intercambio comercial MEXUSA, este escapa al espacio editorial por lo que solo se incluyen casos emblemáticos.
Mayorías por las iniciativas afirmativas.
En 2017 se cerró un ciclo en el que se cumplieron exactamente cuatro siglos de los primeros contactos comerciales entre México y Estados Unidos. Estos se dieron de manera indirecta, como resultado del pago con monedas de plata novohispana del tabaco producido en la colonia de Virginia.
México y Estados Unidos disponen de una larga tradición de intercambio de negocios, un poco más de cuatro siglos, 408 años para ser exactos. En un principio se dieron intercambios monetarios, en virtud de qué la nueva España era una potencia minera, con capacidad de acuñar monedas, por lo que disponía de la remisión de monedas, llamados “reales de a ocho”. (Raúl Bringas Nostti, 2019).
Desde 1693, el gobierno de Nueva York, regulaba el valor de cambio de los “reales de a ocho” españoles al ser la pieza más utilizada en la ciudad. En 1728 nació “el nuevo “real de a ocho”, convirtiéndose pronto en la moneda más apreciada del mundo. Y ya lograda la independencia de los Estados Unidos se emitió el primer dólar propio. Estas monedas fueron acuñadas con la plata obtenida en las minas de Potosí del Perú en 1545, un año después se descubren las minas de plata de Zacatecas que en los siglos XVII y XVIII serán las más productivas del mundo.
JohnH Elliott afirma que la repúblicas recién independizadas de la América española, no tuvieron capacidad para reaccionar a los desafíos económicos, y una nueva época; el intervencionismo del gobierno o bien era arbitrario o bien propenso a favorecer los intereses particulares de un grupo social a costa de otro. La consecuencia fue inhibir la innovación y la iniciativa empresarial, con efectos evidentes a medida que avanzaba el siglo XIX: alrededor de 1800, México producía algo más de la mitad de bienes y servicios que los Estados Unidos; así a la década de 1870, la cifra habría descendido a un 2%.
Ya en el siglo XIX, el aumento de comercio entre Luisiana y Texas, como resultado en una guerra de independencia de la Nueva España, había borrado la noción de una frontera socioeconómica.
Por lo que se refiere el siglo XX destaca la cooperación estratégica de los trabajadores mexicanos a Estados Unidos en la Segunda Guerra mundial. El papel que México desempeñó como proveedor de todo tipo de materias primas durante la guerra mundial, tuvo efectos positivos sobre su economía. Los efectos de la cooperación con Estados Unidos, impulsado por las necesidades bélicas, fueron de tal magnitud que la materia prima mexicana, representó un 40% del sustento de la industria de guerra estadounidense. Por grandísimo margen, se trató de la mayor aportación latinoamericana al esfuerzo bélico.
El 4 de agosto de 1942, los gobiernos de México y Estados Unidos siguieron la lógica del mercado y lanzaron el Programa Bracero, que habían firmado el 23 de julio. Ambos países administraban el trabajo mediante un esquema involucrando, varias agencias gubernamentales, con cuotas de trabajadores mexicanos, para cubrir mediante una intensa campaña de reclutamiento. Las empresas debían demostrar sus necesidades de trabajadores. Justo el número que establecían era el que se les proporcionaba, se trataba << Una clara victoria política para los intereses agrícolas>>.
En 1994 los países de Norteamérica México, Canadá y Estados Unidos promulgaron, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, convertido en el Tratado de Estados Unidos, México y Canadá (TEMEC). Actualmente, México es el segundo socio comercial de Estados Unidos, tan sólo el sector primario, su comercio es el orden de 60 mil 261 millones de dólares (mdd) con cierre a octubre de 2022, siendo fortalecido a raíz de la implementación del tratado México-Estados Unidos-Canadá, TEMEC.
Para su promulgación constitucional.
Los beneficios alcanzados por el proyecto continental, abarcan a los tres países signatarios, no obstante, la condición de rezago económico de México le afecta de diversas formas, entre la que registra una menor tasa de desarrollo debido a la asimetría de su economía en relación de las mejor posicionadas. Durante 30 años su tasa de desarrollo ha sido ínfima al registrar solo 1 por ciento.
Por otra parte, el país no recibe el beneficio de invención en el proceso de su producción industrial, pues se trata de un desarrollo de ramas industriales y no de un crecimiento armónico y generalizado de su estructura productiva. De tal modo, la generación de empleos permanentes y bien remunerados, se ve limitada, a su vez propicia una economía de empleo informal.
El TEMEC es un acuerdo aduanero sin expectativas de integración económica, menos aún comunitaria. Carece de cooperación subsidiarias, por tanto favorece más la asimilación que la integración.