Hugo Rangel Vargas
Morelia Michoacán a 23 de julio de 2020.- Traicionando a su base social y a sus principios históricos, los entonces partidos opositores PAN y PRD, decidieron firmar el Pacto por México justo al inicio de la administración de Enrique Peña Nieto.
El documento pretendía generar consensos sobre las llamadas reformas estructurales y los logró en tiempo récord: en 20 meses el peñanietismo sacó adelante 11 cambios sustanciales al régimen jurídico de temas tan estratégicos como el laboral, el energético, el financiero, entre otros.
Pero esto que parecía una impecable victoria del grupo mexiquense que gobernaba al país, se había alcanzado no sin manchar muchas manos.
Las suspicacias que se desataron por la aprobación casi sin discusión legislativa de las iniciativas acordadas en el Pacto mencionado, pronto parecían certezas.
En efecto, se trataba de mover a México y el PRI lo logró a cualquier costo: destruyendo a su oposición, haciéndola impresentable moralmente y desdibujándola ideológicamente.
El panismo, para administrar su debacle, tuvo que amarrarse a una alianza irracional y dar oxígeno al PRD.
Entre tanto, el grupo que dirigía a este último partido administraba sus genuflexiones hacia el presidente y prorrateaba las canonjías conseguidas a través de las mismas desde un restaurante ubicado en Polanco. Sí, a media cuadra de Reforma, en la calle Julio Verne, los llamados chuchos hacían el reparto de utilidades de la venta de su amor hacia Enrique Peña Nieto.
Eran los días en los que un presidente mexicano conseguía los reflectores de la opinión pública global por haber alcanzado las anheladas reformas estructurales. Pero para “Salvar a México”, la máquina de la corrupción puso a danzar componendas, millones de pesos, moches, dádivas, canonjías y reparto de cotos de poder. La magnitud que la corrupción alcanzó en aquellos años, apenas será develada a la opinión publica justo ahora que Emilio Lozoya comience a confesar ante las autoridades el modus operandi que desplegó la administración peñanietista para alcanzar la anhelada reforma energética.
La cereza del pastel del Pacto por México, la reforma energética, tuvo detrás de sí todo un entramado que, entre trascendidos periodísticos y conjeturas de analistas, apenas hace asomar la punta de un inmenso iceberg de ilegalidades.
En efecto, si la reforma energética fue comprada por intereses extranjeros, esto sólo pudo haberse operado desde las más altas esferas del poder, desde la oficina del presidente y desde las de algunos diputados y senadores que tenían el control del poder legislativo.
Pero al ser esta una de las ultimas reformas que parió el pacto por México, ¿no pudieron haber sido sus predecesoras como la financiera, la educativa o la laboral; los ensayos para la energética?, ¿qué manos manchó el poder corruptor del priismo embalado en la carrera reformista?, ¿tocó a los coordinadores de los diputados y senadores de todas las fracciones del congreso, algunos de ellos ahora encumbrados desde diversos en posiciones de poder conseguidas por diversos signos políticos? Todo ello quedará al descubierto si se tira de ese hilo de Ariadna que tendió Emilio Lozoya.